Así se está hablando de las mujeres en los Juegos de Río: el increíble trato sexista a las atletas

Cuando criticaron a la NBC por tener demasiados anuncios durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos 2016 en Río de Janeiro, su vocero, John Miller, dijo que “aunque hay más mujeres que hombres viendo los juegos, ellas están menos interesadas en el resultado y más en el camino, para ellas es como ver una miniserie hecha reality”. El estereotipo manda que a las mujeres no nos interesan los deportes, así que el vocero de NBC tiene que inventarse extrañas teorías para explicárselo a sí mismo. Y aún así la razón es muy simple: que a las mujeres les gustan los deportes.

Luego la deportista estadounidense Corey Codgell-Unrein se ganó una medalla de bronce y el Chicago Tribune tituló que “La esposa de un jugador de los Osos de Chicago [Mitch Unrein] gana medalla en Río”. Ni siquiera mencionaron su nombre. Para el diario, Codgell-Unrein era la esposa de alguien antes que una deportista exitosa. Cuando la nadadora húngara Katinka Hosszú rompió el récord mundial y ganó la medalla de oro por los 400 metros individuales, los locutores de la NBC le dieron todo el crédito a su entrenador y esposo, Snahe Tusup, “ahí está la persona responsable por su desempeño”.

Mitchel Langston dijo en Twitter que “Katie Ledecky nada como un hombre” y cuando una tuitera le reclamó contestó que lo había dicho a manera de cumplido. Parece que también es imposible creer que los logros de estas deportistas no se deben ni a sus maridos, ni sus padres, ni sus entrenadores ni sus compañeros de equipo, ni ningún hombre a su alrededor más que a ellas mismas.

Pero la cosa no para con las espectadoras ni con las deportistas. Helen Skelton, una de las periodistas que cubría los juegos fue a presentar la competencia de natación con un vestido corto y la criticaron por mostrar las piernas. Luego se puso un vestido de tiritas y le dijeron que por qué mostraba los hombros. A todas estas, su colega, hombre, Mark Foster llevaba unos shorts cortos y nadie le dijo nada. Cuando fue la competencia de gimnasia femenina hubo más interés en los leotardos -que si les quedaban bien, que si le hacían justicia al color de piel de las competidoras. La lista de ejemplos de sexismo en los Juegos Olímpicos Río 2016 es interminable.

No es nada nuevo. Quizás el revuelo que ha causado el sexismo en los juegos de Río es una señal de que hemos madurado -un poco- como sociedad. Porque el sexismo en los Juegos Olímpicos es de toda la vida. En 2003, los investigadores Andrew C. Billings y Susan Tyler Eastman analizaron 52 horas del cubrimiento de la cadena NBC a los Olímpicos de Invierno de 2002, y notaron que los hombres reciben más del doble de horas al aire que las mujeres. Esta es una diferencia persistente, y si acaso hay tiempo para hacer cubrimiento de las deportistas es en los deportes en los que aparecen en vestido de baño o leotardos o en deportes que son acordes a los roles tradicionales de las mujeres como patinaje artístico. Las deportistas, además de competir en pruebas de súper humanos, deben verse bonitas, femeninas, porque los presentadores comentarán su maquillaje.

Por ejemplo, la gimnasta mexicana Alexa Moreno, de 22 años, la única representante de su país en esta categoría, recibió burlas de sus compatriotas en Twitter por estar -supuestamente- “gorda”. Este episodio en particular puso en evidencia dos odios interiorizados por las y los mexicanos: la misoginia, y el racismo poscolonial. Moreno tiene la contextura y apariencia de muchas mujeres mexicanas, con el pequeño detalle de que es una deportista al nivel de los Juegos Olímpicos. Para los medios, los deportistas hombres son “fuertes, grandes, grandiosos, rápidos”. Las mujeres, en cambio están viejas, o solteras o se sospecha que están embarazadas. Les dicen “niñas”, les preguntan por el cuidado de su piel y de su pelo.

No es simplemente que los medios y los espectadores no tomen en serio a las deportistas. Es que el “apoyo moral” se traduce en apoyo económico. Muchas de las deportistas que llegaron a los Juegos Olímpicos tuvieron que autofinanciarse. A la ciclista colombiana Ana Sanabria, no tuvo ni financiamiento de Coldeportes, la entidad que se encarga de esto en Colombia, así que tuvo que correr con su propia bicicleta, no le dieron no le dieron comida, ni agua, y nadie la espero en la meta.

Un ejemplo perfecto es del sexismo heteronormado en los Juegos es la historia de la atleta sudafricana Caster Semenya, una mujer, que se identifica como mujer, y que produce mucha testosterona. Entonces, en 2010, la obligaron a “verificar” su sexo, no solo bajándole los calzones sino con una prueba cromosómica (que ella pasó con creces). Algunos dicen que Semenya tiene “hiperandrogenismo”, pero, ¿por qué estamos discutiendo eso? ¿Por qué nos sentimos con derecho a despedazar algo tan íntimo? Porque no podemos que creer que se sea tan buena, y llegaremos hasta las últimas consecuencias para demostrarle y demostrarnos que no es una mujer.

¿Por qué le damos este trato terrible a las mujeres deportistas? Así de crueles son los prejuicios creados por nuestros estereotipos. Nuestra cultura asocia la destreza física y deportiva con la masculinidad y como consecuencia las atletas femeninas están invisibilizadas y distorsionadas. Si acaso queremos verlas es como objetos sexuales, nunca como las grandiosas atletas que son. Peor, muchas mujeres deportistas retan los parámetros de cómo se supone que deben ser los cuerpos de las mujeres y su comportamiento. La sociedad espera que las mujeres seamos frágiles y débiles, pero estas deportistas no son nada parecido, son súper humanas.

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